El ciudadano atento
ELOGIO DEL PAN
Dr. Luis Muñoz Fernández
Uno de mis pensadores y escritores favoritos es Ramón Andrés (Pamplona, 1955). Escribe ensayos, poesía y aforismos, y colabora con una lamentable infrecuencia en la revista semanal El Cultural, que recibo en formato electrónico cada jueves. Me gusta porque es bastante pesimista sobre la condición humana y el estilo de vida actual, al que critica con tanto tino como crudeza. Pese a lo anterior, tiene una gran capacidad para reparar en lo que, oculto en la sencillez de lo cotidiano, sostiene nuestra vida y dota de significado los momentos en los que se hace innecesario fingir lo que no somos, es decir, aquellos instantes en los que se impone la verdad, aunque no sea siempre agradable.
En una recopilación de ensayos titutada Pensar y no caer (Acantilado, 2016), dedica uno al pan en el que comenta Nuestro pan de cada día (Acantilado, 2013), un libro del intelectual bosnio-croata Pedrag Matvejević:
“El pan no sugiere opulencia; es lo cercano, endurece con el día, como la gente. La masa madre servirá para acompañar otro amanecer. El pan volverá a secarse. Es una metáfora que tenemos ahí, en la mesa o a pie de calle, y no la percibimos”.
Y a partir de ahí, Ramón Andrés rastrea la etimología de la palabra “pan” y nos descubre significados que resuenan hondamente en quienes, habiéndose detenido unos instantes para reposar, saben que en lo ordinario también se encuentran los misterios más insondables del universo:
«La raíz indoeuropea pã encierra el significado de ‘nutrir’, y también de ‘proteger´. De ahí el pabulum para referirse al forraje, al pasto. Se comprende lo de pastor. Su tarea es proteger y procurar alimento. El latín panis evoca un nombre grato, porque com-panio es aquel que comparte el pan, es decir, un compañero. La harina de cereales, el agua y la sal propician que se establezca una conversación junto a ellos. Un viejo proverbio castellano dice: “El pan comido, la compañía deshecha”…
La miga [el migajón en México], la mica, la pequeña porción de algo, se aprovechaba toda. Hacer buenas buenas migas [hacer amistad]… Mendrugo, matrùq [del árabe], ‘el pan empezado’, lo sobrante. Pan de mendigos».
Pedrag Matvejević afirma que probablemente el trigo apareció en el Cuerno de África, donde se encuentran Etiopía, Eritrea y Somalia que, paradójicamente, son hoy una de las regiones más pobres y hambrientas del planeta. La patria del pan sufre hambrunas cíclicas y terribles.
Ramón Andrés nos proporciona un dato interesante: “Jesús nació en la casa del pan, que es lo que significa Beith-lehem [Belén]”. No será por casualidad que el pan, transustanciado en el cuerpo de Cristo, tenga un papel tan destacado en los ritos más importantes del catolicismo.
Y también nos revela que en la antiquísima Çatalhöyük, en el sur de Anatolia (actual Turquía), miles de años atrás se cocían unas hogazas de pan aplastadas sobre piedras calentadas con fuego. A esas tortas redondas y aplanadas los romanos las llamaron focaccia (del fuego). Por analogía con las tortas de pan, los españoles a los que Moctezuma Xocoyotzin alojó y ordenó alimentar llamaron tortillas al tlaxcalli, el “pan de maíz” que comían los mexicas.
Volvamos a Pedrag Matvejević:
“Los caminos del pan han transcurrido por el espacio y el tiempo, por la memoria y el olvido. Es difícil constatar dónde empiezan y dónde acaban. Casi siempre han ido de oriente a occidente. A veces han vuelto atrás por el mismo camino o por otro”.
He tenido la fortuna de compartir el pan con personas queridas, mis compañeros. Pero la más importante es Lucila, compañera de vida. En casa comemos pan y tortillas, según el guiso, en un mestizaje que no conoce imposiciones y borra fronteras, en el que se funden cuerpos y almas.
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