El ciudadano atento 

¿Progreso o deshumanización?

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Dos hechos recientes me han hecho pensar en el asunto. El primero fue el intento de compra de un libro a través de la platarforma electrónica de una afamada librería mexicana. Digo intento porque al final me quedé con un palmo de narices y acabé buscándolo en otro lado. En el intermedio y ante la tardanza de su envío, cuyo rastreo en la plataforma decía permanentemente “pedido en preparación”, traté de comunicarme con la librería a través de un correo electrónico supuestamente a mi disposición. Su respuesta fue expedita, pero dictada por un sistema automático que no resolvió mis inquietudes. Me fue imposible hablar con algún empleado humano.

El segundo hecho fue cuando mi esposa y un servidor concertamos una cita con nuestro ejecutivo bancario. Esta vez fue a través de una llamada telefónica personal en la que él me informó que el día en el que acordamos la cita recibiría en mi teléfono celular un código QR mediante el cual podríamos acceder a los elevadores del edificio en donde se encuentran sus oficinas. El código nunca llegó y al personarnos allí el vigilante tuvo que llamar al ejecutivo para avisarle de nuestra presencia. Tras el preceptivo escaneo del rostro de mi esposa, pudimos entrar. Ni siquiera la llamada del portero fue suficiente.

Estos dos acontecimientos de la vida cotidiana que seguramente no son infrecuentes nos ilustran sobre el tipo de mundo en la que ya nos encontramos instalados, un mundo bajo el control de las máquinas, poder que se amplía y profundiza cada día que pasa en razón inversamente proporcional a las opotunidades de interactuar con seres humanos de carne y hueso. Lo humano arrinconado por la fría maquinaria del algoritmo. Sé que es lo que hay y que lo habrá cada vez más, no soy ingenuo.

Como sea, todavía me defiendo, pero pienso en las muchas personas de mi edad o mayores que no tienen la habilidad suficiente para tratar con los sistemas informáticos y que por esa razón se ven discriminados y tildados de “analfabetos digitales”. No pueden resolver los trámites que antes se hacían mediante una llamada telefónica o un encuentro personal con un ser humano a quien explicarle la casi infinita variedad de sus necesidades que, por más adelantados que estén, los actuales sistemas computacionales no incluyen en su lista de FAQ (Frequent Asked Questions, preguntas más frecuentes).

Por eso es tan difícil para un porcentaje significativo de los seres humanos esta época de transición hacia la automatización total a través de las tecnologías digitales. Me pregunto si ello tendrá alguna relación con la epidemia de trastornos mentales que vemos en la actualidad. Siendo los humanos seres que necesitan las relaciones directas con sus semejantes para mantenerse sanos, el paradójico aislamiento que provoca la conexión permanente con la red (engañosamente disfrazada de una comunicación mayor) pudiera tener relación con el aumento de casos de ansiedad y depresión que son ya tan frecuentes y llamativos. Tal vez deberíamos pensar en la conveniencia de dosificar con más cuidado el reemplazo de lo que hasta hace poco ocurría mediante intercambios personales.

Entre “ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre”, creo que Daniel Innerarity acierta con lo que dice en Una teoría crítica de la inteligencia artificial (Galaxia Gutemberg, 2025):

“Como en cualquier otra transformación profunda de la sociedad, la transformación digital exige, al menos, dos cosas: reflexividad e inclusión. […] Carece de sentido ganar velocidad a costa de suprimir los momentos de reflexión, debate e inclusión. No nos podemos ahorrar la fase de análisis de los problemas y las necesidades que hace falta para abrir ese proceso de negociación sin el cual no habrá transformaciones sociales exitosas. Los procesos de transformación digital deben configurarse de manera integradora. Ha de tenerse en cuenta la heterogeneidad de los grupos sociales a los que se dirige y que implica la estrategia de transformación digital: el mundo rural y el urbano, las diferentes generaciones [incluida la de las personas mayores], los distintos grados de formación, las diversas situaciones económicas, las desigualdades de género que condicionan el acceso y el uso”.

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