El ciudadano atento
Meter el freno
Dr. Luis Muñoz Fernández
Llega para mí la mejor época del año. Además de que renueva la reunión familiar, es la que pone fin a la tarea de dar conferencias por lo poco que resta del calendario, la que me permite dedicame a la lectura de lo que me plazca. Es el momento de meter el freno, dejar de planear y dejarse llevar por el verdadero ritmo de la vida. Soy consciente de que sólo es un momento, pero me dispongo a disfrutarlo con la mayor intensidad posible. Es lo que deberíamos hacer siempre con la propia vida, aunque muchas veces las obligaciones nos lo impiden.
Uno de los regalos que con suerte nos ofrece la jubilación es el de recuperar la relación que tuvimos con el tiempo. Nada de prisas, nada de ceder a las presiones, nada de dar explicaciones por una conducta aparentemente desconcertante. ¡Qué nostalgia la de aquellas vacaciones estivales en las que gozábamos el paso lento y aparentemente vacío del tiempo, entregándonos sin culpa al dolce far niente (la dulzura de la ociosidad) de los italianos!
Por lo pronto, no rendir pleitesía a la productividad, a llenar todos los espacios que se nos ofrecen como supuesto fruto (envenenado) del prestigio que nos hemos ganado con tanto esfuerzo. Ya no cederle a los cronófagos nuestro tiempo, el único y más valioso activo que nos queda. Y usar ese recurso que habíamos olvidado: la procrastinación, el diferir, aplazar o posponer, si se puede para siempre, todo aquello que en el fondo no nos hace felices.
En una luminosa reflexión sobre el tiempo, el cardenal y escritor José Tolentino Mendonça nos dice en Pequeña teología de la lentitud (Fragmenta Editorial, 2017):
“Tal vez necesitemos recuperar ese arte tan humano que es la lentitud. Nuestros estilos de vida parecen contaminados irremediablemente por una presión que escapa a nuestro control; no hay tiempo que perder; queremos alcanzar las metas lo más rápidamente posible; los procesos nos desgastan, las preguntas nos retrasan, los sentimientos son un puro despilfarro; nos dicen que lo que importa son los puros resultados, sólo los resultados. A causa de esto, el ritmo de las actividades se ha tornado despiadadamente inhumano.
Nos hemos vuelto hipermodernos, polivalentes, equipados de tecnología como una central ambulante, multifuncionales pero cada vez más dependientes, perfeccionistas, pero siempre insatisfechos. Vivimos las cosas sin poder reflejarlas, cercanos a una actividad extenuante y, en el fondo, alejados de la creación”.
Existe una conciencia creciente de que el ritmo de nuestra vida actual genera insatisfacción y fatiga, eso que ahora se denomina burnout, que puede traducirse como desgaste, sensación de haberse quemado como le ocurre a un motor eléctrico sometido a un esfuerzo superior a sus capacidades. Se reconoce el fenómeno incluso en el mundo empresarial y también en el de la práctica médica. En este último, la solución que se propone hoy, como para casi todos los desafíos de la vida, es tecnológica: más digitalización y la implementación a gran escala de la inteligencia artificial para liberarnos de las tareas rutinarias y así tener más tiempo para nosotros, nuestros seres queridos y, en el caso de los médicos, para dedicárselo a sus pacientes.
En teoría, la promesa suena bien, pero algo me dice que ese tiempo ganado no se empleará como se anuncia, sino que se ocupará en otras tareas esclavizantes o se perderá frente a las pantallas. Para mí es evidente que la captura de la atención es una condición necesaria para que esa tecnología module nuestras prioridades y siga enriqueciendo a quienes la promueven: los titiriteros.
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